AQUILEA / HUGO SANTIAGO

“Es la leyenda de una ciudad imaginaria, sitiada por fuertes enemigos y defendida por unos pocos hombres que luchan hasta el fin, sin sospechar que su batalla es infinita”. Jorge Luis Borges.

Aquilea o Aquileia, fue una de las principales ciudades del imperio romano, invadida por los bárbaros repetidamente y, al fin, destruida.

Borges fundó una Aquilea que será una Buenos Aires mítica, bordada en el misterio de mitos y leyendas para el film “Invasión” de Hugo Santiago.

También escribió la sinopsis donde está el núcleo de la historia; el resto es la rigurosidad de la puesta en escena, la misteriosa fotografía en blanco y negro de una ciudad mágica y anacrónica que se diluye en la ambigüedad de la trama.

Aquilea refiere a Aquiles y a la Guerra de Troya: unos pocos hombres resisten a una invasión extranjera.

“Invasión” se hizo en los términos y la fraseología de las vanguardias políticas y estéticas de su época, pero el guion es independiente de toda servidumbre realista, con perturbaciones visibles en la percepción de la referencialidad. Aquilea no es Buenos Aires, pese a sus múltiples citas explícitas: una esquina sin ochava de la calle Balcarce, el adoquinado de las calles de San Telmo, la cancha de Boca a la que llaman El Olimpo. El año no es el 1969 de la filmación, pero tampoco el 1957 de la ficción.

No hay olvido del referente; solo se opaca el cruce entre lo conocido y su extrañamiento por la inclusión de una trama épica y una confusa banda sonora, entre murmullos y el rezongo de un fuelle que acentúa lo intersubjetivo del acceso a un nuevo conocimiento.

Aquilea es una ciudad mítica y atemporal en el contorno de una Buenos Aires donde la cámara de Hugo Santiago ocupa los espacios de una ciudad sitiada. A veces una esquina, un farol, un bar donde los resistentes se juntan y van camino al puerto por Paseo Colón, mientras en la frontera sur un anciano, que será el jefe, anuncia que se acabaron las vísperas.

“Invasión” es un producto cinematográfico puro cuya urdimbre, más allá de lo fantástico, es la épica de la trama y la poética del coraje de “unos hombres que van a luchar sin rendirse hasta el fin”.

Al término del film, el héroe yace muerto en medio del estadio donde se instala una antena. La invasión se ha concretado: una fuerza imperial domina Aquilea, en la pantalla aparece la palabra Fin y allí veremos que “la resistencia recién comienza”.

Hugo Santiago animaba al espectador a ir más allá de las apariencias, para ir más allá de lo real a través de su poetizar.

“Es un film fantástico”, celebró Borges. “No se trata de una ficción a lo Wells o Bradbury”.  Tampoco hay elementos sobrenaturales, los invasores no llegan de otro mundo. Se trata de una situación fantástica: una ciudad sitiada por enemigos poderosos y defendida -no se sabe el motivo- por un grupo de civiles.

“El tema de este film es el tiempo, cuando no la Historia misma”, dijo el sociólogo francés Alain Touraine: “Es el entierro de cierta Buenos Aires y también el entierro de un modo de vida que moría”.

“Invasión” es un objeto cinematográfico autónomo, como son autónomos de cualquier referencia los poemas de Quevedo, escribió Edgardo Cozarinsky en Primera Plana. 

El film fue estrenado en 1969 en el Festival de Cannes y aclamado como muestra de un nuevo cine innovador y radical.  

En Buenos Aires, “Invasión” se estrenó el 16 de octubre de 1969 en el cine Hindú de la calle Lavalle, con crítica dispar. Estuvo solo dos semanas en cartelera y desapareció. Pero, con los años, reapareció programada en ciertos festivales, en cines clubs de los sótanos de Buenos Aires, donde los cinéfilos la convirtieron en una película de culto.

Invasión es, sin duda, la mejor película jamás realizada por un argentino” escribió en 1989, veinte años después de su estreno, Ángel Faretta en la revista Fierro.

El film tuvo a Lautaro Murúa como personaje central y al músico Juan Carlos Paz que interpreta a don Porfirio, con quien Borges homenajea a Macedonio Fernández. El resto del elenco lo componían Olga Zubarry, Juan Carlos Galván, Martín Adjemián, Hedy Crilla y un joven Lito Cruz, entre tantos.

El guión es de Jorge Luis Borges con Adolfo Bioy Casares. La iluminación de Ricardo Aronovich y la escenografía de Leal Rey. La música, compuesta por Edgardo Cantón, fue realizada por el Centro Experimental del Instituto Di Tella y Hugo Santiago convocó a Aníbal Troilo para componer la música de la “Milonga de Manuel Flores” recitada por Roberto Villanueva, en un gran momento del film que suena como una elegía.

Miro en el alba mis manos / miro en el alba las venas / con extrañeza las miro / como si fueran ajenas

Hugo Santiago Muchnik nació en Buenos Aires el 12 de diciembre de 1939. Becado por el Fondo Nacional de las Artes, viajó a París donde -por siete años- fue asistente y discípulo de Robert Bresson (“Siempre fue y será mi maestro” señaló, más de una vez, Santiago).

En París, diecisiete años después de “Invasión”, se juntó con Juan José Saer a imaginar que los antiguos invasores ya habían caído y que nuevas tempestades se habían precipitado sobre Aquilea, que ya no es una Buenos Aires fantástica.

Aquilea es todo el país añorado desde el exilio, la patria lejana dominada por una feroz dictadura que será el objeto de deseo de un bandoneonista de figura desgarbada (Rodolfo Mederos) que busca desesperadamente el fantasma de Eduardo Arolas, en medio de combates de organizaciones armadas. 

En ese juego del eterno retorno, lleno de amores y de espanto, Aquilea es un fantasma que desaparece y asoma en las angostas veredas de París fundiéndose en las angostas veredas de San Telmo; se diluye en las Veredas de Saturno a través de un océano de nostalgia y deseo, muertes dudosas y un final anunciado.

Aquilea será una forma mítica de hablar, de decir y de pensar la Argentina.

“Las veredas de Saturno” será estrenada en el Festival de San Sebastián de 1985; la trilogía aquileana se completa en 2015 con “El Cielo del Centauro” -con guión de Mariano Llinás- donde San Telmo y el Parque Lezama serán el epicentro de la trama.

Un francés busca en el Museo Histórico las claves del Ave Fénix en los cuadros de Cándido López, mientras suena el Sur de Troilo y Manzi.

“El Cielo del Centauro” será el último film de Hugo Santiago y, para él, una suerte de celebración por los restos de una ciudad a la que nunca dejó de evocar y amar, a pesar de la distancia. 

“Todos mis films son argentinos, son los films de un porteño fuera de Aquilea, que es mi Patria».

                                                           Horacio “Indio” Cacciabue

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