Francisco Fiorentino / Itaca

Ojos entrecerrados por la luz, piel de nácar azulada, manos de sastre alucinado. Francisco Fiorentino nació en San Telmo el 25 de septiembre de 1905. Fue el séptimo hijo de nueve hermanos. De pibe trabajó como ayudante de sastre en un local del barrio donde canturreaba las canzonetas italianas que escuchaba en su casa hasta que, milagrosamente, un fueye apareció en sus manos.

«Para mi hermano el bandoneón resultó el más deslumbrante de todos los juguetes: no bien lo tuvo en sus manos olvidó todos sus juegos infantiles” decía su hermano Vicente, violinista de profesión.

Un vecino de San Telmo lo escuchó tocando el fueye en la vereda de su casa: era Minotto Di Cicco, un eximio bandoneonista que le dio las primeras lecciones formales y lo presentó para integrar la orquesta de Francisco Canaro.

Para Francisco Fiorentino fue como tocar el cielo con las manos y el presagio de un camino. En 1924 debutó en la línea de bandoneones de “Pirincho” con Minotto Di Cicco como fueye cadenero a su lado, en el Teatro Casino.

En 1926 va a despuntar su porfía de bandoneonista y cantor en un conjunto con su hermano Vicente al violín, José Martínez al piano y -como primer bandoneón- el “Negro” Joaquín Mauricio Mora.

En las noches dejaba el fueye y se prendía a cantar en los boliches de San Telmo, donde se encontraba con su vecino Anselmo Aieta.

En 1927, tocando el fueye, Fiorentino graba siete tangos con Francisco Canaro y es convocado por Juan Carlos Cobián, recién llegado de EE.UU.

En 1930 será estribillista de Juan D´Arienzo en el «Chantecler» y cantará en locales nocturnos con la orquesta de Alfredo Malerba.

En 1931 viaja a Berlín con “Los Ases del Tango», pero debió regresar apresuradamente: Adolf Hitler afilaba sus garras y estaba al acecho.

En 1932 Fiorentino será estribillista de Ángel D´Agostino, de Pedro Maffia y de la «Típica Víctor». Todavía no existía el cantor de orquesta, su participación se limitaba a cantar el estribillo.

En 1934, con la orquesta de Roberto Zerrillo, Fiorentino cantó “de punta a punta” “Serenata de amor”. Sería el acto iniciático de un cantor de orquesta.

“El Tano Fiore”, hombre de la noche porteña, será el Ulises en la Odisea del Tango cantando en el Ágora: “El Marabú”.

El cabaret Marabú nació en 1935, en el subsuelo de un palacio italiano de la calle Maipú al 300. La iniciativa de crear el cabaret fue del español Jorge Sales, que supo captar la sensualidad y el misterio de una ciudad marcada por la soledad, la migración y el tango. El nombre Marabú define a una exótica ave africana y sus plumas eran usadas entonces para coser la lencería de las vedettes y las muñecas bravas del tango. El Marabú era el “ágora” de la noche porteña. Se juntaba toda la porteñidad a vivir los amores, el glamour, y también los desengaños de los que hablan los tangos.

El 1º de julio de 1937 la orquesta de Aníbal Troilo, con Francisco Fiorentino como cantor, debuta en el Marabú. Fiore también oficiaría de sastre, diseñando los trajes de los músicos.

La orquesta de Troilo asimilaba el caminar y el sentir del porteño de los cuarenta y el “gangoso” cantar de Fiorentino se metía en el alma del arrabal. El fraseo en «tempo rubato» de su canto, se integró como un guante a la orquesta: su voz era pequeña y su dicción confusa pero su personalidad, su buen gusto y la dirección de “Pichuco” crearon un cantor intimista, de gran calidez que era el acople perfecto al piano de Orlando Goñi.

La agrupación se lucía en largas introducciones, generando el marco adecuado para que Fiore ingresara en el punto justo. «Cuando entra el cantor, la orquesta hace cuerpo a tierra”, ordenaba el Gordo Troilo, como un sargento nocturnal.

Fiorentino, como cantor, nació en el Marabú. Así lo vio Cátulo Castillo:

Orlando Goñi le grita
desde la bruma de un piano:
-¡Vení Francisco, que ahora,
sos vos el que paga el gasto!-,
y vuelven horas lejanas
y es el mismo Tibidabo
y está Pichuco en tus cosas
y están hablando despacio
los duendes que hay en noche,

cuando es Dios quien copa el mazo…

Troilo y Fiorentino fueron el eje constitutivo de la Década de Oro del tango. Nunca el tango se había expresado con tanta bravura a través de una voz no impregnada de tabaco y alcohol. «Más diseur que chanteur” – se convertía en el primer cantor de orquesta.

“Yo soy el Tango” fue el primer tango de Fiore con Troilo; seguirían “Garúa”, “Tristezas de la calle Corrientes”, “En esta tarde gris”, “La vi llegar”, “Tinta Roja”, “Malena”, “Pa que bailen los muchachos”, todas obras para la eternidad.

La tanguedad llamó a Francisco Fiorentino “La Voz de Oro del Tango”. El éxito era rotundo: actuaban simultáneamente en el Marabú y en el Germinal; grababan discos, llenaban la sala de Radio El Mundo y brillaban en los carnavales y en las noches de innumerables cabarets y clubes de barrio.

“Antes de Troilo nada; después de Troilo nada”, decía la calle. A su lado Fiore, con su canto y su calidez se transformaba en “el Ulises de los porteños”. Ulises, en griego, significa “ser temido”. Era el rey de Itaca y el héroe de la Odisea.

Por las noches de la Buenos Aires del cuarenta el tano Fiorentino era una gran figura. Paseaba su pinta por los bares de San Telmo y cocinaba fetuccini en la casa de Aieta, cerca de la plaza Dorrego.

En 1944, se altera el universo troileano. El 30 de marzo, Fiorentino cantó “Temblando”. Sería su último tema con la orquesta del Gordo. En agosto, Orlando Goñi -que no solo era el piano de la orquesta sino también el esternón del “gordo” y el autor secreto del tempo troileano- anunciaba que se iba de la orquesta. “Goñi se fue de Troilo porque el uno y el otro eran demasiado grandes para estar juntos”, dijo Gustavo Varela. “Pichuco” se quedó duro. El médico le recomendó que, por un tiempo, dejara de tocar. Su orquesta quedó varada.

En diciembre, Orlando Goñi debuta con su orquesta en el café El Nacional. Sus fueyes eran Antonio Ríos, Roberto Di Filippo y Eduardo Rovira; su violín, José Díaz; Astor Piazzolla estaba entre las sombras y Francisco Fiorentino sería el cantor. El diario El Mundo llamó a Orlando Goñi el Mariscal del Tango y Radio Belgrano lo contrató para el año siguiente. En 1945, Goñi viajó a Montevideo; jugador empedernido, perdió todo en el Casino de Maroñas y se encontró con la muerte.

Esa muerte cambiaría el rumbo de Francisco Fiorentino.

El cantor estaba en plena vigencia y lo seguían multitudes. Decide formar su propia orquesta con músicos de primer nivel y la dirección de Astor Piazzolla. En 1946 debutan en Radio Belgrano y graban veintidós temas, dejando para la historia del tango las versiones de “Si se salva el pibe” y “Corrientes y Esmeralda”. Era la primera experiencia de Astor Piazzolla en la dirección orquestal y ya mostraba su fuego; Fiore se mostraba maduro y entero y su canto, sutil y profundo. Pero el público no va a responderle. Astor inicia su exilio en Europa y EEUU y la orquesta pasa a ser dirigida por Carlos Figari e Ismael Spitalnik, sin mucha trascendencia.

En 1947 Fiore ingresa a la formación de José Basso y realizan juntos media docena de grabaciones para el sello Odeón y múltiples actuaciones en público.

En 1950 se desvincula de Basso y comienza a cantar con Alberto Mancione en radio y en diversos locales nocturnos, pero Fiore nunca recuperó aquella gloria. Antes de Troilo nada, después de Troilo nada. Después de Troya, Ulises debió peregrinar por las islas cretas: el difícil regreso a Itaca le llevará veinte años.

La noche y algunos excesos fueron desgastando su voz. La declinación fue lenta, pero inevitable. Fiore deambulaba desorientado, buscando al que “había sido”. “Gardel se fue en el momento oportuno; yo, en cambio, perdí el tren”, decía con amargura. Francisco Fiorentino buscaba su lugar en el mundo. Su Itaca eran las noches del Marabú, la orquesta y el Gordo Troilo en el fueye.

En 1955 “Pichuco” lo convoca para a grabar con el cuarteto “Troilo y Grela”. Fiorentino recuperó la alegría. Haría una gira por el interior y al volver cantaría con ellos en el Marabú. “¡Qué maravilla!», exclamaba feliz. Estaba en los umbrales de su Itaca. Fiore estaba de gira por Mendoza, cantó en la localidad Los Árboles, luego de la función emprendió su viaje de regreso en auto; en una extraña maniobra, el auto dio un vuelco y su cuerpo voló por los aires. Su cabeza se hundió boca abajo en un charco de agua sucia.

Era el 10 de septiembre de 1955. Francisco Fiorentino nunca llegaría a su Itaca. El tango se puso a llorar en esa tarde gris.

Texto e ilustración: Horacio -Indio- Cacciabue

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