“La música me llena el alma”

Ana Di Lorenzo, una historia de vida.

Cuando en Cochabamba 370 estaban los llamados “Teatros de San Telmo”, Ana actuaba allí. Sin embargo, su primer amor fue la música. “Cuando terminé la secundaria empecé a estudiar canto y, al mismo tiempo, para maestra jardinera”, recuerda ahora Di Lorenzo, que, a sus 65 años, conserva el garbo de su etapa juvenil.

Después incursionó en la actuación, de la mano del actor, director y docente teatral Ricardo Piris. “A los 24 años empecé a hacer bolos para televisión: “Juan sin nombre” (con Carlín Calvo), “Esa provinciana” (con Juan José Camero y Camila Perisé), entre otras telenovelas, pero lo que más me gustaba era hacer comedias musicales para niños”. Entonces busca su álbum personal de fotos, que funciona como un cofre de recuerdos; allí aparecen notas sobre “El príncipe Gordinflito” -musical infantil dirigido por Ernesto Raso Caprari que le valió muy buenas críticas-, fotos con Julieta Magaña, con Bergara Leumann, los festivales del Carnaval de Avenida de Mayo, entre tantas otras. Una obra que le trajo muchas satisfacciones fue «Cantando, bailando, jugando canciones», dirigida por Mario Camarano, que hizo en la antigua casa de Castagnino.

Había días en que hacía doble función: “Por la tarde actuaba en ‘El príncipe Gordinflito’ en los Teatros de San Telmo y de ahí me iba ¨volando¨ a otra sala del Bajo (en Paseo Colón 823) para hacer ‘Prometeo’, una obra para adultos en donde interpretaba a una mujer primitiva que se convertía en la diosa Hera”, recuerda Ana. “Fue una muy linda experiencia”, resume la mujer de ojos color miel.

Más adelante trabajó como coordinadora de fiestas en el Italpark, el desaparecido parque de diversiones (emplazado en la intersección de las avenidas del Libertador y Callao), en donde muchos famosos festejaban los cumpleaños de hijos, sobrinos y nietos.

“Hasta los 30 años disfruté haciendo comedias musicales. A los 31 me casé con Horacio, con quien compartí 20 años hasta que falleció en 2006. Vivíamos en San Juan y Chacabuco, frente a la plaza Vera Peñaloza”. Por entonces concurría asiduamente a la iglesia San Pedro Telmo. “El sacerdote Gustavo De la Puente, fue mi guía espiritual y el que me ayudó a transitar la viudez”, comenta Ana.

“Después de un año de duelo -agrega-, conocí a mi segundo marido, Carlos, que era de Martínez. Entonces me mudé a su casa de la zona norte de Buenos Aires, donde viví 12 años, pero venía todos los días a trabajar a San Telmo (es hija de Rafael José Di Lorenzo, pionero de la industria inmobiliaria en el barrio, con un negocio -de más de 60 años- ubicado en Perú 1429).

“Tuve padres muy amorosos que me inculcaron la importancia de los valores humanos”, comenta con una sonrisa. “Me gustaría devolver algo de lo mucho que aprendí, en alguna actividad solidaria. La música me llena el alma y me encantaría volver a poner la energía allí, tal vez llevar el canto a hogares para niños; los chicos son el símbolo de la pureza en este mundo hostil. Me inspira darles felicidad”, destaca Ana, quien tiene una conexión lúdica con sus sobrinas-nietas, Maia (7 años) y Sofía (de 9 meses).

“Justamente a través de un aviso de El Sol, me conecté con Patricia Eberhardt, que tiene una escuela de cantantes, y quisiera entrenar con ella para volver a conectarme con mis raíces artísticas”, señala Di Lorenzo, antes de despedirnos en esta tarde fría de otoño.

Texto y foto: Diana Rodríguez

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