Papeles que no son solo papeles

Entro en la casa de Melania Macchi (50) en un tercer piso de la calle Perú al 600, veo un ambiente lleno de detalles de buen gusto y plantas, que crecen impulsadas por la luz que ingresa a través de los balcones estilo francés. Vive en San Telmo-Monserrat desde que dejó la casa de sus padres en Almagro y eligió estar cerca de la plaza Dorrego porque le encantan los lugares con historia, las antigüedades, la ropa vintage. Toda una declaración de principios, de su parte.

Fui a su encuentro con la curiosidad de quien conoce “algo” de lo que va a ver, pero con la intuición de que me sorprendería. Dicen los que saben, que la intuición no falla…

Después de los saludos de rigor, con la distancia que en la actualidad se necesita para relacionarse, me cuenta que es diseñadora gráfica y trabaja de eso con los vaivenes que tiene la profesión. Supe que tuvo una temprana vocación en ese sentido cuando me dijo: “Cuando era chica vi una revista enorme en un kiosco de diarios, en la tapa tenía -literalmente- el logo y la ilustración de una vaca. Me llamó mucho la atención, pero en realidad eso me pasaba con todo lo gráfico. No sabía cuál era la carrera que tenía que estudiar para hacer ¨eso¨ que veía; también me gustaba dibujar. Tenía una vocación por el diseño muy definida, antes de terminar la secundaria”.

Recién comenzaba a conocerse esa carrera…

® Claro, había solo tres lugares donde se podía estudiar: en la UBA; la Escuela Panamericana de Arte y en la que estudié: Nueva Escuela de Diseño y Comunicación, que me aceptó sin haber terminado la secundaria.

Después seguí estudiando: en la Fundación Gutenberg, donde volví a hacer la carrera pero con perfil universitario, además de talleres y cursos. Luego, en una especie de crisis, me pasé a la escuela Manuel Belgrano de Bellas Artes, pero volví al diseño gracias a un profesor de Nueva Escuela que me convocó para trabajar en su estudio. Se llama Adalberto, me ayudó muchísimo y es una especie de segundo papá.

¿Ya había programas de computación?

® Apenas empezaban. Empecé haciendo cálculo tipográfico, armaba los originales en papel y hacía lo que se llamaba “máscaras” en papel de calco para indicar las aplicaciones de color con pinceles, Rotring… Ese trabajo ya no existe. Exigía ser meticuloso, preciso y demandaba mucho tiempo. Fue una etapa de gran aprendizaje, me hizo conocer el oficio. Después vino la compu -empecé con la primera Apple- y cambió todos los procesos, pero no se maneja sola; es una herramienta que facilita todo, sin embargo no disimula la falta de ideas.

¿Ese trabajo manual te preparó para lo que hacés ahora?

® Sí, esa experiencia me dio mucha habilidad manual.

¿Cómo llegaste a la técnica de papel calado?

® Al paper-cut, como se lo conoce globalmente, lo descubrí en revistas de moda con producciones hechas con papel. Me encantaban, las recortaba y guardaba. Me parecían esculturas pero en lugar de mármol, de papel.

¿Y entonces?

® Hace unos años me anoté en un taller de papel calado; aunque no llegué a terminar la consigna, me di cuenta de que quería continuar. Era una pulsión. Guardé la figura en un cajón y un día me hice el tiempo para terminarla, desde entonces no paré. Empecé a buscar mi estilo, mi lenguaje y qué decir con él. Me encontré muy a gusto combinándolo con otros saberes, el origami por ejemplo. Pero también me gustan la fotografía, lo vintage, las antigüedades. Mi ideal de trabajo era hallar un modo donde todo eso que venía “suelto” pudiera dialogar.

Una síntesis…

® En esto encontré “oxígeno”. Me encantaba pero no me animaba o no buscaba el tiempo para dedicarme, para estudiar -porque para hacerlo hay que poner el cuerpo en la silla y formarse-, no alcanza con una hora por día. Fue una necesidad que tuve después de cumplir cuarenta años, cuando empecé a preguntarme qué quería hacer los próximos veinte con mi vida, con mi profesión… En la época de pandemia tuve mucho tiempo y lo que empezó como una dedicación parcial, pasó a ser intensiva. Me pongo desafios para descubrir otras cosas, cortes, técnicas, motivos.

¿Trabajás con una idea determinada?

® Anoto en distintos cuadernos, hago muchas listas de cosas que quiero hacer como temáticas, conceptos u objetos. Por ejemplo, un globo aerostático… Me fascinan. Quiero hacer algo con eso y ahí está en mi cabeza, lo estoy “alimentando”, pienso cómo va a ser ese globo, de qué color, de qué estilo, cómo sería la escena y la imagino como si fuera la imagen suspendida de un cuento.

¿Te atrae lo oriental?

® ¡Sí! Fue el disparador de estos trabajos. Tenía un señalador que era de una geisha y como quería aprender a hacerla, lo desarmé. Rehice el kimono, el cabello, su rostro; todavía la tengo y la sigo mirando como punto de partida… Hice algunos bocetos pero no me gustaba que fuera tan rígida. Creo que ahí empezó realmente todo esto. Pensé en darles “vida” imaginando un contexto que las contuviera. Otra vez la escena… Que no fueran solo cuerpos sino parte de un universo; entonces apareció el paisaje, un paraguas, un ave, una casa. Cada una de esas cosas, implicó otra técnica, la combinación del origami, el dibujo en tinta o lápiz y el papel calado.

¿Cuáles son tus temas preferidos?

® Los que tienen que ver con lo oriental milenario, como la novela de Genji. También las flores. Donde puedo las utilizo, sobre todo después del período más fuerte de la pandemia, la idea de verde se convirtió en una necesidad. Pero las japonesas son un tema en sí mismo y lo trabajo de acuerdo con la exploración que quiera hacer en ese momento. Elijo una técnica, una paleta de colores, un formato determinado, las distintas texturas de los papeles para generar contrastes dentro de la obra. Otra parte de lo que hago tiene que ver con juegos de infancia. No creo ser una persona especialmente lúdica pero siento una especie de nostalgia de costumbres, juegos y objetos que reconocemos desde la memoria.

¿Hay un papel especial para estos trabajos?

® El gramaje es fundamental para manipular bien el papel, pero todo depende de lo que uno quiera hacer. Junto variedad de papeles, me gustan especialmente los estampados y los que -por el tiempo- tienen color sepia. Guardo también de origami y cartulinas de todos colores que también intervengo pintándolas o texturándolas.

¿Estás haciendo alguna obra?

® En general, procuro tener obras en simultáneo con distintos formatos. Ahora estoy trabajando en un encargo específico con la temática de los juegos que te conté. Esta que ves (me muestra una cartulina con chicos en triciclos grandes) todavía no dice mucho, pero tiene ambiciones: va a ser un parque, con puestito pochoclero y hamacas que voy armando parte por parte. Estoy componiendo una escena familiar, chicos con sus bicicletas, travesuras, globos, naturaleza. Armo los cuerpos por separado, brazos y piernas desarticulados para después componer su posición final en el montaje. A veces uso modeladores para darles volumen. No son cuerpos planos ni todos están en el mismo nivel, los trabajo en capas para lograr profundidad entre los personajes y el paisaje.

¿Es reflejo de tu infancia?

® Seguramente. Son chicos que no que están sentados o estáticos; tuve esa infancia y, si bien vivía en un departamento, salía a la calle a jugar y eso es algo que hoy no existe. Trabajo con disparadores, la casa que tenía mi abuela en Dolores es un motivo que me da mucho material para recrear e imaginar.

Los recuerdos te sirven como estímulo…

® Algunos sí, pero también me documento con otras cosas. Lo que me motiva ese espíritu de juegos físicos porque los asocio con naturaleza, camaradería, compañía, travesuras, con mis abuelos, la siesta… sobre todo esto último. A medida que me voy haciendo más grande gané apego por esos recuerdos y la sensación de bienestar que tenía en esa casa. Los mejores momentos de mi infancia fueron ahí, con patio y duraznero, el techo con el tanque de agua, jugábamos con la manguera, con la parra. Todo lo que había en esa casa era motivo de juego. Ahí vi las primeras novelas porque mi mamá no nos dejaba y mi abuelo finalmente habilitó porque él las seguía… entonces, después, cuando volvíamos a casa no nos podía decir que no.

¿Cómo perdimos eso?

® No sé, pero creo que -sin pensarlo- encontré una forma de recuperarlo y me doy cuenta de que esa misma sensibilidad toca la fibra de otras personas. Que lo que hago genere eso, me alegra. Una abogada me encargó uno de mis trabajos para ponerlo en su oficina, le gustó porque mostraba una escena que reflejaba felicidad y una vibración distinta a lo que, seguramente, ella ve o escucha diariamente. Es una forma de darle humanidad y mostrar que, incluso cuando todo parece que se desmorona, la familia es un refugio, el núcleo al que regresan nuestros recuerdos.

¿Qué hacés si no representa lo que pensabas?

® Más de una vez, una obra dio un giro que no esperaba. Creo que en un momento del la producción gana autonomía y es ella la que, de un modo invisible, dirige a la mano. Pero para eso hay que darle tiempo. Podés estar ansioso por terminar, pero es saludable tomar distancia y observar qué pasa después del ímpetu inicial. Creo que ninguna de las obras que hice terminó exactamente como las planifiqué. No sé si eso está bien o mal, simplemente dejo el espacio para ratificar o cambiar el rumbo, si encuentro otro camino que me tienta más.

Melania me enseña sus trabajos (que se pueden ver en Instagram: @melumacchi) y no dejo de asombrarme con lo que veo, la prolijidad de los cortes, los detalles de las flores, los vestidos… pura delicadeza. En un momento la traigo al barrio y me dice que, a pesar de los cambios, se vuelve a enamorar de San Telmo “los fines de semana, especialmente los sábados cuando los vecinos salimos a caminar por las calles para disfrutar de él; porque en este barrio nos mostramos pero no nos gusta la onda de vivir tanto para el afuera, nos resguardamos”.

Un mensaje que muestra también la riqueza que emerge de esa retrospección y que, parte de ella, derrama en cada una de sus obras.

                                                                                   Isabel Bláser

Melania durante la entrevista.

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