Quiénes Somos: La madrina incógnita del barrio

Graciela Fernández y su campaña continua para cuidar los espacios públicos de San Telmo

Graciela Fernández es una de esas figuras que muchos conocen de vista antes de conocerla en persona. Su largo pelo negro y ojos verdes, la boina negra que suele ponerse en invierno, y sus andares por el barrio hacen de ella una persona ícono de San Telmo.

Graciela Fernández

Graciela Fernández

Pero a pesar de haber participado en innumerables iniciativas e intervenciones vecinales, sigue siendo “muy solitaria” y de perfil bajo. “En general escucho mucho ruido pero pocas nueces cuando la gente se junta, porque después se cansa fácil. Pero como siempre decía mi mamá, ‘el que la sigue la consigue’”, dice. Y gracias a esta consigna es una de las personas que más vigila y más cuida San Telmo, sin pedir aplausos de nadie.
Los que sí la conocen saben que es una especie de madrina e inspector informal del estado del barrio y sobre todo de sus espacios públicos. Poca gente sabe tanto de la condición de cada árbol, vereda, baldío y tacho de basura como ella. Anda con un cuaderno donde toma nota de cada detalle fuera de lugar, hasta las tapitas de agua que faltan y las farolas que no prenden (tiene decenas de estos cuadernos en su casa); y documenta todo con su cámara de fotos para acompañar a las denuncias que manda regularmente al GCBA.
Todos los funcionarios –desde las recepcionistas hasta los directores– de las áreas del gobierno que se ocupan de temas de los espacios públicos y verdes la conocen, por teléfono, por mail (tiene miles de intercambios con varios funcionarios en su casilla), y personalmente porque, en sus propias palabras, “tengo la cabeza más dura que una piedra. Soy una persona muy persistente, y no dejo de molestar hasta conseguir una respuesta”. Cuenta que hasta Juan Pablo Piccardo—el ministro del Ambiente y Espacio Público—le contestó dos o tres veces “pero por cansancio probablemente. Es que tenés que ser persistente, porque estos tipos no le dan bola a nadie”.
Originalmente de Quilmes, vive en San Telmo desde el ‘81. Cuando le preguntamos por qué dedica tanta energía a vigilarlo, contesta, “Me gusta el barrio y me entristece verlo tan sucio y degradado. Creo que hay un montón de cosas que se podría mejorar  si la gente que lo habita se comprometiera. San Telmo es el barrio que menos espacios públicos tiene. Buena parte del pueblo va por delante del Estado si hablamos de la recuperación y cuidado de estos lugares”.

La plazoleta Castagnino hace tres años

La plazoleta Castagnino hace tres años

La plazoleta que se revivió: recuperando el espacio común
Uno de esos lugares que todos pueden visitar y apreciar es la Plazoleta Juan Carlos Castagnino, en la esquina de Bolívar y Av. Juan de Garay. Antes era un baldío que quedó del ensanche de la avenida hasta que Armando Rachini, un viejo vecino lo convirtió en una huerta a principios de los ’80. Ahí crecieron higueros, un paltero, una parra de uvas, limoneros y unas cuantas verduras que el vecindario disfrutaba y que el GCBA convirtió en una plaza oficial con rejas en 1999.
Pero cuando Rachini falleció unos siete u ocho años atrás, la plazoleta cayó nuevamente en desuso y abuso; se llenó de basura, de deshechos animales, y de actividad indigente.

La plazoleta Castagnino hoy

La plazoleta Castagnino hoy

Aparece Fernández, que un día hace tres años empezó a hablar con Juana Policastro, la kiosquera de diarios de esa esquina de la posibilidad de limpiar y recuperar el espacio. Juntas con dos vecinas más—Ana Charrelli y Graciela Mammarrella—tomaron la iniciativa y empezaron a resucitar la plazoleta. Dieron vuelta a la tierra y remplazaron la canilla robada. Sacaron la basura, baldearon las baldosas, y Graciela se encargó de presionar el GCBA para habilitar la plaza.
“Cinco meses de trámites me llevó recuperar el final de obra y me planté primero en Casco Histórico y luego en Espacios Verdes hasta conseguirlo y hacer que [la Dirección General de] Alumbrado lo tuviera en su poder porque las farolas jamás se habían encendido.
“Preguntamos al CGP1 si había algún problema en que la cuidáramos a nuestro costo, y ellos cambiaron los parantes de las rejas absolutamente carcomidas por el orín de los perros y las pintaron. Luego pintamos los bancos y las farolas. De a poquito fuimos comprando algunas plantas, que ya están crecidas. Y todas las primaveras hacemos una pequeña colecta vecinal con la que la llenamos de flores”.
Hasta el cartel con el nombre de la plazoleta fue donado por una vecina, porque las mujeres se cansaron de esperar durante dos años para que la municipalidad lo pusiera como le corresponde. “Alvaro Castagnino [hijo del artista] ni siquiera sabía que había una plaza que llevaba el nombre de su padre”, dice Graciela.

Anna Charelli, Graciela Fernández y Graciela Mammarrella en la plazoleta

Anna Charelli, Graciela Fernández y Graciela Mammarrella en la plazoleta

“De modo que nuestra modesta intervención ha consistido en recuperarla para lo que debe servir un espacio verde: un lugar donde sentarse bajo un árbol y sentir un poquito de paz en medio del fárrago de ruidos y humo de la calle”, explica.
Es sólo una persona y no todos podemos dedicar tanto tiempo al bien común, pero por su infatigable compromiso en no dejar que los espacios públicos sufran el descuido tan frecuente en una época de tanto cuidar lo privado y olvidar lo público, Graciela Fernández es un modelo de alguien que se ocupa de cuidar. “No hay que tener un posgrado”, explica. “Sólo hay que tener voluntad”.
—Catherine Mariko Black

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