Sergio Pignataro – “Comencé a generarme un mundo interior, en el exterior”

Cuando uno camina por la vereda impar de la Av. Independencia al 700, se encuentra con un negocio nada convencional. Es “Ilusión” y créanme que el nombre refleja, exactamente, lo que hay dentro del local.

Para conocer más sobre este lugar tan original, me encontré con su dueño -Sergio Pignataro (57)- quien detalla la historia que también tiene que ver con su familia y con el barrio mismo.

¿Cómo lograste concretar este hermoso proyecto?

® Para llegar a ese momento, tengo que detallar la historia de mi familia. Mi padre, luego de su llegada de Italia y durante muchos años, fue vicepresidente de una firma llamada Pompeya que estaba en el barrio del mismo nombre y que hacía cocinas, calefones, estufas. La empresa tenía locales en distintos lugares de la ciudad, donde se vendían los repuestos para esos artículos. Desarrolló su actividad durante casi 30 años, hasta que, en 1968, por los diferentes vaivenes políticos y económicos del país, la fábrica se fundió.

¿Cómo se relaciona ese inicio con nuestro barrio?

® Porque uno de esos locales estaba en Piedras 713, por lo que -cuando cierra la empresa- mi padre puso allí un negocio donde reparaba y vendía los repuestos de los artefactos que habían sido vendidos en la fábrica, a los que luego le agregó otros de distintas marcas. Esto lo desarrolló entre 1967/1997 y yo trabajé con él, después de salir de la secundaria.

¿Siempre en ese local?

® En el interín de esos años, los ochenta, se hizo el ensanche de la Av. Independencia y como resultado quedaron muchos terrenos achicados, uno de ellos era el de la esquina de Av. Independencia y Piedras. Los pusieron en venta y mi padre los compró para construir un edificio de tres pisos y dos locales, que terminó en diez años.

¿Su idea era alquilar esas propiedades?

® Claro, pero mi madre -que era ama de casa y ya nos había criado- le pidió uno de los locales (el de la esquina) para poner un negocio de artesanías latinoamericanas con artesanos del país; porque ella había estudiado en el Instituto Beato Angélico que, junto con el Fernando Fader y el Instituto Di Tella (donde cursó decoración de interiores y vivió la movida cultural que allí se generó, ya que es de la misma generación de Marta Minujín, Dalila Puzzovio, Edgardo Jiménez, Eduardo Bergara Leumann, entre muchos otros), eran las tres escuelas artísticas más importantes.

Fue de avanzada porque ahora los diseñadores contratan a artesanos para sus creaciones…

® ¡Sí! Allí vendía muebles, telas, macramé, bijouterie, vitraux y todo tipo de cosas que tuviera que ver con las artesanías.

¿Cómo le fue con el negocio?

® Mi padre le dijo que le daba el local por un año, pero si no funcionaba se lo tenía que devolver y eso no sucedió porque le fue muy bien y estuvo hasta 1997, cuando mi papá decidió cerrar el local de repuestos, para jubilarse. Como yo trabajaba con él quedé “en el aire”, por lo que mi madre me propuso abrir una sucursal de su negocio y lo hicimos en Calasanz 88, a la vuelta del Shopping Caballito.

Te fuiste del barrio…

® Sí, primero yo y luego compartimos el negocio con mi mamá ya que ella le dejó su local a mi hermana que lo fue transformando hasta lo que es hoy: venta de bijouterie, ropa, carteras y accesorios. En Caballito estuvimos doce años hasta que -por un tema de contrato de alquiler- cerramos; pero, por otro lado, quería volver a San Telmo porque me gusta mucho el barrio.

¿Y cómo fue esa vuelta “a casa”?

® Recordé que un amigo tenía este local que originalmente el padre compró cuando estaba en construcción -en el año 1943-, para poner una pequeña fábrica de zapatos. Cuando murió, la mamá puso una librería (donde yo compraba las cosas que necesitaba cuando estudiaba en el Huergo, Perú 759) que tuvo alrededor de treinta años y al fallecer ella lo usaban como depósito.

Le pedí verlo, me gustó e hicimos la operación y el 22 de diciembre de 2010 abro “Ilusión – Regalos” más o menos con la misma onda que teníamos en Caballito. Mi madre me acompaña los primeros años y luego decide retirarse del negocio para estar con los nietos, estudiar y seguir con otras actividades que también le interesaban.

Entonces le diste tu impronta…

® Comencé a darle mi toque personal, mi tendencia que es hacia el juguete, pero no cualquiera sino el juguete anticuario, retro. Comencé a mechar las cosas que a mí me gustan y a generarme un mundo interior, en el exterior. Todo lo que ves tiene una relación íntima conmigo, por ejemplo el topo Gigio y la foto mía de chico con él. Con los años, busqué hasta encontrar el mismo diseño que el de la foto.

¿Es como concretar el sueño del pibe?

® En realidad todo está relacionado, nada está porque sí. Es la conexión de mi vida con los objetos que hay acá. Ellos tienen mucho que ver conmigo, hay una mezcla de lo que siento, creo y me gusta. Lo que se ve acá es mi gabinete interior… Esto es mi mundo interior, tengo muchas cosas para pensar y desarrollar y eso se refleja en lo que me rodea.

¿Cuando eras chico con qué jugabas?

® Tuve una muy buena infancia. Me regalaban muchos juguetes y, aunque compartía con algún amiguito, jugaba mucho solo. Mi mamá no me dejaba jugar demasiado en la vereda con los chicos, porque yo era un poco inocente y ella tenía miedo. Íbamos todos los fines de semana a una quinta en City Bell y, como no se miraba tanta televisión, a la noche cuando me iba a dormir siempre venía una tía con un libro para contarnos un cuento: “Le avventure di Pinocchio” de Carlo Collodi. Las historias de Pinocho en italiano y, como verás, está colgado en la puerta -como objeto principal- el gran Pinocchio de madera de un metro de alto pintado con los colores de la bandera italiana. También tengo la versión del Pinocho de Disney, pero a mi me gusta más el verdadero.

¿Salen caros estos objetos? ¿Quién los compra? Porque no son convencionales…

® Hay de todos los precios, desde mil pesos a cien mil, pero siempre pueden llevarse algo. En San Telmo hay coleccionistas, anticuarios, gente relacionada con el cine y lo audiovisual, la música, el arte en general que viven o trabajan acá. Por ejemplo, como lo que más me gusta es el precine, su comienzo o sea cuando la imagen se vuelve movimiento -antes que el fílmico, antes que la fotografía- tengo el praxinoscopio un objeto que, mediante espejos, secuencias de dibujos y movimiento, genera el movimiento de la imagen.

Algunas personas relacionadas al cine vienen a filmar o a comprar objetos ópticos; los que le gusta la música generalmente llevan una miniatura musical -solo en metal, no en plástico-: el piano, la trompeta, el saxo, la guitarra -eléctrica o criolla-, el arpa, la batería, etc.

Por la variedad se nota que sos ecléctico

® Sí, porque me gustan muchas cosas. En el local hay sectores: el de la magia y el misterio; los juguetes retro móviles de chapa o a cuerda o eléctricos; el sector de los barcos; el de los autos; el de los trenes; otro referido al cine; en la vitrina objetos de arte y así todo el local.

¿Es una muestra también de tu introspección?

® Todos tenemos una gema interior que debemos extraer, tallar, pulir para transformarla en nuestro diamante. El diamante de nuestra vida que nosotros debemos ser y la misión que debemos cumplir en ella. Lo importante es que lo que uno talle y trabaje sea de verdad, lo que realmente queremos ser, eso que amamos, nuestra pasión. Nunca hay que traicionar esa idea, no mentirse para no desperdiciarse. En la vida hay que jugársela de verdad, comprometerse y ser consecuente con uno mismo para transformar esa piedra que somos en un diamante único e irrepetible que es nuestra vida, porque va a pasar una sola vez en este plano material y eso será lo que dejes a los otros.

¿Todo eso lo exteriorizás a través de estos objetos?

® Por supuesto, para compartir con otros esa idea ya que una vez que estás en tu eje, vas construyendo interior y exteriormente tus cosas y podés ayudar a otro para que también pueda. Lo que se comparte se entrelaza, generando una sinergia que nos eleve a todos porque si no es imposible.

El sistema quiere que uno se mantenga alejado del otro, que no armemos comunidad porque eso genera fuerza. Por tanto, es mejor para ellos tenernos “dormidos” con el celular, controlarnos. Sabemos que hay cosas que son necesarias y debemos convivir con ello, pero ponerle límites actuando con libre albedrío. Para eso hay que tener un nivel de educación que te lo permita. En mi caso tuve una muy buena educación que fue lo que me salvó en la vida. No el dinero, que es un medio. Lo importante es lo que uno es, la formación que tiene, porque eso te proyecta hacia tu evolución.

La educación por si misma no lo genera, porque hay gente bien instruida a quien la congruencia social no le interesa. Es más, las gana el individualismo.

® Es cierto, el sistema alimenta al individuo e induce al egoísmo. El concepto general es que estamos pasando del humanismo al transhumanismo y después de eso viene el robot directamente. No es algo que invento, está estudiado, es una involución en la evolución. La sociedad va perdiendo esos valores humanísticos y va adquiriendo lo que el sistema te va dando. Son cosas que a uno le gustan, te las hacen desear y terminamos aceptándolas; el mercado es eso. Está estudiado psicológicamente.

¿A los chicos les gustan estos juguetes?

® Los chicos están tomados por la tecnología. Los miran, les gustan, algunos compran, pero el sistema les va instalando la semilla de la tecnología excluyentemente, si no se sienten alejados del resto; esa es la lucha.

¿Cuál objeto no está en venta?

® Los primeros juguetes con carga de arena o sea con movimiento, antes que la cuerda. Tengo un teatro con un trapecista y funciona con ese mecanismo antiguo de carga de arena; los hizo una amiga artesana para mí y son un “chiche”.

¿Dónde conseguís todo esto?

® Voy buscando en la ciudad, en el interior o en el mundo, todo lo que a mí me guste y que sea funcional a lo que ya tengo. Acá están también los antiguos libros -pop up- que cuando los abrís tienen imágenes troqueladas… ¡Una belleza!

¿Creés que nuestro barrio es el lugar adecuado para mostrarlos?

® A San Telmo siempre lo comparo con los lugares de las grandes capitales del mundo donde está la bohemia, porque tuve suerte de viajar y lo vi. El San Telmo en París es el Montmartre, en Londres es el Covent Garden, en Nueva York es el Soho y en Buenos Aires es acá, donde el artista vive, trabaja y se desarrolla; donde están algunos galeristas, músicos, pintores, escultores, bailarines, actores, escenógrafos, directores de teatro, escritores, dibujantes, artistas visuales… Vas caminando por las calles, ves los camiones de filmación, escuchás un violín o un saxo, a alguien declamando o vocalizando, los tambores del candombe los domingos. A eso agregale los destacados que viven o han vivido en este lugar y las instituciones que tienen su sede en el barrio.

¿Y ahora cómo lo ves?

® Está devaluado porque la crisis y luego la pandemia lo golpeó, lo redujo a menos de un cuarto de lo que era comercialmente. Sobre todo, en la parte artística, lo que se relacionaba con anticuarios, galeristas está acotado, hay muchos menos. Y se han agregado demasiados restaurantes, cafés, mucha casa de dulce de leche, cervecerías…

Un nene y su mamá entran para comprar bolitas. Hoy los chicos les dicen canicas… Sergio y yo nos reímos, por no llorar.

                                                                       Isabel Bláser

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