Entrevista: el Arquitecto José María Peña (II)

El arquitecto Peña en la librería Avila. Foto: Marcelo Somma

El arquitecto Peña en la librería Avila. Foto: Marcelo Somma

(continuación de Parte I)

Así podían frenar las demoliciones de edificios históricos.

No es que estuvieran prohibidas las demoliciones, pero tenían que estar aprobadas, porque en esa época lo común era que quisieran demoler para hacer una playa de estacionamiento.  Por ejemplo, para la casa de los Ezeiza vinieron dos veces a pedir la demolición para hacer un estacionamiento de autos. Y dijimos “No”. Fuimos e hicimos una inspección técnica.

La tercera persona que vino era para hacer una galería de anticuarios, y en este caso, las galerías comerciales en todo la ciudad tienen normas por las cuales los pasillos altos tienen que tener, no me acuerdo ahora con exactitud, 3,5 metros de ancho. En la casa de los Ezeiza era 2,8 metros, y no se podía hacer la galería de anticuarios. Pero empezamos a pensar e hicimos la propuesta, que nos aprobaron, de que los interesados presentaran un estudio hecho por ingenieros (mostrando) que la resistencia de la galería alta de tantas personas por metro cuadrado fuese viable. El cálculo daba bien. Entonces se hizo una excepción en beneficio de que eso iba a contribuir a que el barrio fuera considerado un barrio histórico, porque se hacían obras para salvar el edificio. La casa tenía montones de cuartos con techos altísimos y se permitió, por ejemplo, un entrepiso retraído en un porcentaje del largo total del cuarto. No cambiaba absolutamente nada y multiplicaba el espacio, porque los locales se alquilaban por cuarto.

Una ciudad que crece…

Claro, no se quería congelar. Había alturas máximas pero no se quería congelar la ciudad. Eso no es preservar, eso es adelantarle la muerte.

Un día vinieron de una casa chorizo porque querían hacer una especie de sala teatral. Querían voltear todas las paredes. Lo estudiamos y vimos que lo que había que hacer era no perder el carácter. Entonces propusimos que a todas las paredes que se demoliesen había que dejarles veinte centímetros, eso te permitía visualmente recomponer la casa. Aprendimos muchísimo porque cada caso era algo particular. Si alguien quería volver a hacer una casa entonces era posible reconstruir el espacio original.

Asesorábamos hasta con el nombre del negocio. Me acuerdo que una vez vino un hombre que iba a poner un bar, un café, en Balcarce y Alsina. Todo lo que podía era perfectamente factible. Se creó buena onda en la conversación entonces yo le dije “Y, ¿usted tiene pensado un nombre para el café?” “..Y, no sé, estaba hablando con mi socio y pensamos en por ahí ponerle “La Tacita”.” Y yo le dije: “No le ponga así” “¿Por qué? ¿No le gusta?” “No me parece mal, pero es poco original. ¿Por qué no aprovecha que está en el Casco Histórico y le pone, por ejemplo, ‘Café de la calle del Fuerte o ‘Café del Fuerte’, porque antiguamente Balcarce se llamaba la calle del Fuerte. El fuerte estaba en la calle Balcarce. Era una costumbre histórica que la calle tomaba el nombre de lo más destacado de la cuadra: la de la Catedral, o sea Rivadavia, se llamaba la calle de las Torres, por las torres de la Catedral”. Con lo cual, la gente entraba en una onda diferente que después comentaba con amigos, porque nos vinieron a ver personas para ver, aunque no estuviesen en la zona, podíamos asesorarlos.

¿Cómo era la respuesta de la gente en general al trabajo que hacían?

Reaccionaban mucho mejor los más jóvenes que los más grandes. Teníamos escrito lo de la ordenanza de preservación, con todos los usos y demás. La gente tenía acceso a todo pero no se tomaban el trabajo de buscarlo. Terminábamos los días lunes y miércoles que atendíamos en la biblioteca, y a veces nos queríamos matar, más que nada porque la gente no entendía razones.

Pero yo creo que una de las cosas más positivas que sacamos de todo esto es comprobar que la gente se pliega si sabe. Porque muchas veces, no saben. Uno les explica y acceden y además luego nos avisaban cuando algo contra el patrimonio sucedía. Más de una vez vino la gente a decirnos “Acá al lado están haciendo tal cosa». Nosotros íbamos al lugar y hablábamos con la gente, o les dejábamos una nota escrita a mano intimándolos a que se presenten en el Museo. Nosotros estábamos muy fanatizados. No teníamos poder de policía, teníamos poder de convicción. Estábamos tan convencidos que personalmente llevábamos las notas (a los que infringían la ordenanza).

¿Tuvieron detractores también, no?

Teníamos en contra a todas las inmobiliarias, con batallas terribles. La zona nuestra (de protección histórica) en aquel momento toda la gente la conocía como la U24. Los límites de la zona eran Rivadavia, la avenida de Mayo, Saenz Peña, Hipólito Yrigoyen, ambas aceras de Tacuarí, Martín García, Paseo Colón. Eso fue la primera ordenanza, ciento cuarenta manzanas. Y luego, se cambió. En el ‘82, con el ataque de las inmobiliarias hubo de perderse todo.

El año en que la U24 se convirtió en el APH1, reduciéndolo a la mitad de su tamaño…

Fue terrible. Conseguí salvar algo, por supuesto con todo el apoyo de la gente de la comisión, aunque quien la peleó solo fui yo. Fueron seis meses con dos y a veces tres reuniones por semana para tocar el tema con la gente del Consejo de Planificación Urbana, el secretario de Obras Públicas y el secretario de no me acuerdo qué, que estaba totalmente en contra. Por suerte tenía el apoyo del intendente. Pude salvar la zona que abarca ambas aceras de Perú, San Juan y Paseo Colón. Si vos recorrés la zona que es Casco Histórico hoy y la que fue desafectada, de Chacabuco a la 9 de Julio, fíjate en qué condiciones está. Cuando en el ‘82 se cortó, tenían autorización de hacer cualquier cosa. Y la hicieron…

¿Qué piensa del futuro del patrimonio? ¿Cómo debería ser?

Yo no creo en los estudios largos porque cuando terminás, la mitad (de los edificios) no quedó. Hay que hacer planteos conceptuales. En cada barrio hay lugares que de alguna manera están marcando la identidad del lugar.

Cuando pasó lo de Caballito, la gente en contra de las torres, creo que se equivocaron en el mensaje. Decían que la zona está sobrecargada, las cañerías no van a aguantar, pero la razón es que no querían que les rompieran el ámbito personal, que les sacaran el sol…

¿Y qué piensa de ahora de todas las agrupaciones que intentan proteger el patrimonio?

A mí me parece bien en tanto no sean manejos políticos porque el manejo político desvirtúa la cosa. Pero cuánto más (agrupaciones) haya, me parece bien. Antes había comisiones barriales pero que se dedicaban más al hecho histórico, cosa que no considero mal, pero no actuaban saliendo al frente a pelear algo como se hace ahora. Creo que estar movilizados es lo primero. Después, que haya reuniones entre los distintos grupos aunque sea para conversar. No en todo se puede estar de acuerdo. El grupo Basta de Demoler tiene mucho mérito. Hay cosas que uno puede no compartir pero lo que hacen les cuesta mucho trabajo. Los que más critican son los que están sentados comiendo mientras los demás trabajan. Eso lo vivimos nosotros.

(Proteger el patrimonio) no significa congelar la ciudad, significa integrarla. Yo creo que en cada barrio tienen que haber grupos que defiendan, que puedan apoyarse… pero me preocupan los grupos barriales que basan la lucha exclusivamente en lo político, porque termina siendo injusto. En lo político siempre hay una directiva superior, por eso me interesa mucho el hecho conceptual.

Yo creo que uno puede (hacer difusión) con algo conceptual pero no técnico, tampoco nostálgico. La nostalgia es muy peligrosa porque termina siendo la anemia de la memoria.

¿Cómo ve los cambios más recientes, ligados al turismo, en el barrio?

Yo creo que le está haciendo mucho mal al barrio los negocios de diseño porque no nacieron con el barrio. Los anticuarios tampoco, pero se dieron naturalmente. Empezaron con la feria, y la feria marcó la ciudad, le dio una personalidad. Nadie puede creer que tenga nomás que cuarenta años. El egocentrismo argentino y el afán de lucro hizo que los locales de la calle Defensa pidan cifras delirantes. Entonces los anticuarios no pueden mantener el local. Eso termina matando y desvirtuando el barrio.

La gente que está en la calle Defensa se protesta por los manteros – ¡y yo los sacaría con la manguera de los bomberos! He venido un domingo al museo caminado desde la calle México y conté tres puestos que venden enchufes, ¡enchufes! (Los vendedores) utilizan las entradas de edificios como baño, entonces vos abrís tu puerta y… ¡No hay derecho! Para los que están sobre la calle Defensa los días domingo es una tortura.

En su opinión, ¿cuál sería una política de conservación y preservación patrimonial adecuada para nuestra ciudad?

Yo creo que ya eso es un planteo en primer lugar de política cultural de la Nación que no debería cambiar cuando cambian las autoridades. Cada una puede perfeccionar una cosa más que otras pero no es posible que una gestión establezca algo y que otra gestión cambie todo. Tendría que ser parte de una valoración del hecho cultural a través de los años.

—Clara Rosselli

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