EDUARDO GUALDONI – artista visual
Lluvia torrencial en un otoño frio y destemplado. Voy al encuentro de Eduardo Gualdoni (70), un artista visual vecino de San Telmo a quien no conozco personalmente. Como el día invita a no salir de nuestras cuatro paredes, antes de hacerlo lo consulto para ver si confirmamos o lo posponemos y él -con naturalidad propia de una persona que enfrenta “tempestades”- me contesta: “Nada que no se pueda arreglar con un paraguas”. Al vernos nos reímos de la obviedad y agrega: “lo más curioso es que no tengo paraguas, porque me los olvido siempre, solo la gorra y la campera”.
El Sol: Contame tus orígenes
E.G.: Nací en La Paternal, mi padre era mecánico, tenía su taller en San Martín; mi madre enseñaba piano, instrumento que nunca aprendí porque cuando veía a sus alumnos pensaba pobre gente qué padecimiento solfear, estudiar la teoría me parecía algo aburrido, pero es una cuenta pendiente que me parece que me voy a ir de este mundo sin pagar y, además, tengo un hermano kinesiólogo.
Nada que hiciera vislumbrar tu inclinación artística
No tan así, porque -curiosamente- tenía una tía de 15 años que estudiaba en una academia de bellas artes en La Paternal y como yo era el “juguete” de la familia, me llevaba para posar como modelo. Ese mundo me parecía fascinante. Pero recuerdo que, cuando tenía alrededor de 6 años, mis padres me llevaron, no estoy seguro si era el Museo de Bellas Artes o el Instituto Di Tella, donde había obras muy vanguardistas, cuando las vi dije esto es lo que yo quiero, no sabía que se podía hacer eso, pero ahí sentí que me iba a dedicar al arte.
¿Y fuiste a estudiar?
Empecé el secundario en el industrial porque mi padre me insistió y ahí me enseñaron a dibujar las piezas de los motores, pero después terminé como Bachiller en el Mariano Moreno, porque no aguanté tantos años. Pero, simultáneamente, me escapaba del colegio e iba a la Escuela Nacional de Cerámica que quedaba a dos cuadras donde estudiaba mi tía -que ya era una señora más grande- o iba a Estímulo de Bellas Artes.
La fuerza de la vocación te empujaba fuera de lo convencional
Era una rata total, porque me escapa para hacer otras cosas o también ir al cine. Hay que recordar que era una época difícil, año 1973 gobernaba Cámpora, los colegios se cerraban y eso también influyó.
Empecé a ir a los talleres de la Asociación Estímulo de Bellas Artes, en esa época dibujaba modelos y como vivía cerca de Agronomía iba ahí a dibujar animales, plantas y todo lo figurativo que tuviera a mano durante años y años.
¿Qué hiciste con esas obras?
En realidad las perdí, pero he guardado obras mías, mayormente dibujos, desde los años ochenta hasta aproximadamente el 2010.
En 2009 hice un libro con mis trabajos y tendría que hacer otro donde figure mi obra actual, pero actualmente se complica porque las ediciones son muy costosas.
¿Cuándo llegaste a San Telmo?
Primero tuve un taller en La Paternal, luego fui a Nueva York donde estuve cinco años y participé en distintas exposiciones. Al volver viví un tiempo en San Cristóbal, pero no estaba cómodo y vine al Pje. San Lorenzo donde tuve -durante varios años- un taller en el Conventillo de Las Artes, frente a la casa de Carlos Gorriarena. Allí conocí a Claudia Aranovich, mi mujer, escultora e hicimos una exposición en el Centro Cultural Recoleta y desde hace 30 años vivimos en nuestra casa de la calle Chacabuco al 1400 donde ella tiene también su taller.
En 1999 viajé a Inglaterra acompañando a mi mujer Claudia Aranovich quien había ganado una beca en el Kent Institute of Art & Design de Canterbury, Kent, U.K en el Departamento de Cerámica y estuvimos 8 meses. Allí fui Artista en Residencia en el Departamento de Gráfica y Diseño y realicé Libros de Artista e investigué nuevas formas de impresión. También fui como profesor a París y Ámsterdam y en Polonia presenté dos Libros de Artista, realizados en el KIAD de Inglaterra.
Uno de ellos, “Borges por Gualdoni”, figura en la revista Variaciones Borges, órgano oficial universitario de Dinamarca.
¿Qué es un Libro de Artista?
Es un libro único, un racconto de imágenes contando una historia, como un cuaderno de bocetos armados con cierta coherencia.
El de Borges son 30 ejemplares que se hicieron en la escuela de Inglaterra y tenía litografías. No menciono ni reproduzco los textos de Borges, salvo uno chico sobre la ceguera que lo pongo como referencia, pero es básicamente un libro de mis obras que fueron inspirados en algunos textos del escritor.
Vi en tus obras mucha referencia a la naturaleza, especialmente a los árboles ¿Eso es lo que más te inspira?
Era un dibujante muy figurativo y me di cuenta de que ya me estaba molestando. Pero pasó una cosa muy curiosa, cuando llegó la pandemia el refugio del barrio fue el Parque Lezama, ahí descubrí los árboles del lugar durante el día, de noche y a cualquier hora entonces mi trabajo comenzó a cambiar porque empecé con una técnica muy abstracta. Como mi taller está en Almagro (Bartolomé Mitre 4263), con los pocos elementos que había traído armé uno en la terraza porque no podíamos movernos entonces el escape fue ahí, las plantas y los árboles del Lezama.
Eso me llevó a recordar que cuando éramos jóvenes, no todos teníamos teléfono y si alguien nos llamaba a la casa del vecino que nos lo prestaba, él usaba un cuadernito donde anotaba el número para luego poder comunicarnos. Ese cuadernito estaba lleno de dibujos abstractos que hacíamos mientras conversábamos o líneas que parecían ramitas que se bifurcaban y eso es lo que estoy haciendo, porque si lo hacía inconscientemente cuando era más chico, por qué no desarrollarlo ahora con mayor experiencia.
¿Cuál fue tu mensaje en la muestra “Arboles en peligro”?
Fue mi manera de tomar las señales de la naturaleza que alertan sobre su destrucción.
¿Empezaste con lápiz y después agregaste la pintura?
Son dos cosas totalmente diferentes, me llevó muchos años darme cuenta de que era así. Antes armaba la estructura del dibujo y la coloreaba y era un dibujo coloreado; después advertí que la pintura es otra cosa diferente al dibujo, por eso es tan distinto si comparamos con muchos años de diferencia mi imagen como dibujante y mi imagen como pintor. Cuando me consideré pintor hace alrededor de 15 años comencé a trabajar con una técnica prácticamente abstracta que, a la distancia, se va armando la forma, mientras que estando muy cerca se ven las manchas.
¿Fue algo casual o buscado?
Creo que no existe la casualidad, lo fui desarrollando de a poco. Tenés la idea previa pero la pintura te va llevando, vos sabés cómo empezás, pero no cómo termina la obra. De hecho, me ha pasado muchas veces que inicié un dibujo y terminó siendo una pintura o empecé una pintura y luego la tapé toda porque no me terminaba de convencer y esa mancha me sugiere otra cosa. Uno tiene una idea y lo que va resultando de ella lo vas capitalizando.
¿Lo que descartás es un desperdicio de la obra ideada originalmente?
Cuando uno empieza hace muchas obras descartables en el aprendizaje, después no hay un desperdicio, sino que la obra se metamorfosea; un mal inicio puede terminar bien, siempre recuperás.
¿Tu obra es en grande?
Yo trabajo grande, me gusta. En el dibujo no era tan así pero cuando mandás a concurso tiene que ser grande. El 24 de mayo pasado expuse en el Bar Barbaro porque festejé mi cumpleaños 70 con amigos y fueron ocho obras pequeñas que me costó mucho encontrar porque no tenía trabajos de 0,80cm, ya que para mí son más gestuales los trabajos más grandes.
¿Qué diferencia encontrás entre el dibujo y la pintura?
El dibujo es introspectivo vos te metés en él, en cambio la pintura es expansiva para mí, es más como un trabajo físico. De hecho, cuando me pongo a pintar tengo un sofá y me tiro cada tanto para descansar porque ya no soy tan joven como cuando lo hacía durante ocho horas seguidas. Por otra parte, si es un dibujo con detalles te lleva a intelectualizar mucho más, la pintura es más un sentimiento es otra cosa; también dependen los tamaños porque si pintás miniaturas también es más interno. Después vas dosificando porque tampoco es un “viva la pepa” (esto los jóvenes no lo van a entender dice y nos reímos…) como diría mi abuela. No es todo azaroso.
¿Si tuvieras que elegir entre ambos?
Depende porque siempre estoy trabajando, me es difícil. Ahora la pintura, pero antes era el dibujo. También hice grabados muchos años, he hecho serigrafía tuve taller donde hacía remeras, banderines; hoy no lo haría porque no tengo el taller equipado.
¿También das clases?
Siempre me dediqué a esto, pero también hice otras cosas para vivir. En Nueva York era camarero, después trabajé para Ciencia y Tecnología dos años, tuve un taller, trabajé en el Centro Cultural San Martín enseñando pintura en sus talleres cuando era una maravilla ese lugar, pero Macri cerró la parte de artes plásticas y solo abrió los de teatro, también lo hice en Estímulo de las Artes en la Cárcova con talleres que duraron bastante. Actualmente doy clases.
¿Cómo ves el futuro de la cultura en las nuevas generaciones?
Estamos en un momento materialista, estoy trabajando con gente que la mayoría ya son artistas y vienen a aprender cierta técnica. Prefiero trabajar con gente ya iniciada porque con ellos hay más diálogo, más intercambio. De cualquier manera, los jueves tengo artistas nuevos, pero no hago propaganda, vienen porque les recomendaron mi trabajo. Llevo años trabajando con análisis de obra, orientación e incluso para la presentación de su obra.
¿Se puede vivir del arte o ahora es igual que siempre?
Hay mucha gente que se dedica al arte, si lo hacés al 100% no podés vivir lo tenés que acompañar con otra cosa porque es difícil para el artista. Es un trabajo a tiempo completo porque no solo es hacer la obra sino buscar lugares para exponerla, relacionarte yendo a inauguraciones, conectarse con otros colegas. Por eso no tengo taller en casa porque si no no tendría paz. Me gusta la rutina de ir a trabajar y volver a mi casa, a mi mujer no porque tiene su taller en la planta baja y nuestra casa en el primer piso.
¿Cómo ves el mercado del arte actualmente?
Se cortó mucho la venta, hace unos años yo vendía en remate, pero hoy hay una confusión. Los históricos se venden siempre porque es negocio, pero es como un cambio de figuritas se pasan de unos a otros. También han muerto muchos coleccionistas y los sucesores llenan las casas de remate con grandes obras para vender a fin de obtener lo que necesitan, porque el resto en general no les interesa. Antes había coleccionismo, hoy se perdió, parece anticuado porque el arte se fue modificando y a veces uno no va a la velocidad de esos cambios. Hace poco tiempo me enteré de que en el Museo del Tigre un coleccionista donó toda su colección antes de fallecer y cuatro de ellas son obras mías.
¿Qué lugar del barrio elegirías como preferido?
El Parque Lezama por todo lo que señalé antes sobre él. Pero en realidad San Telmo tiene una cosa muy loca que no tiene ningún barrio: hay gente muy pobre y gente muy rica viviendo uno al lado del otro y conviviendo. Aunque hubo tiempos en que había zonas medio peligrosas por las casas tomadas, pero luego cambió y pasó a ser un barrio tranquilo.
De hecho, el Lezama fue uno de los pocos parques que no fue enrejado. Originalmente lo estaba, pero era otra época, también cada árbol tenía su identificación de la especie como si fuera un jardín botánico. Hay gente que vive en los hoteles y el parque es como parte de su casa, en las noches de verano ves chicos jugando a la pelota a la madrugada y otros caminando por sus senderos, yo lo he cruzado muchas veces de noche. No se puede vivir con miedo, no pasa nada. La plaza Dorrego también tenía mala fama, me acuerdo cuando tenía taller en el pasaje San Lorenzo e iba a tomar café a la plaza.
También estuve en la feria cuando empecé a pintar y estaba el Arq. Peña. Teníamos el puesto donde ahora está la peña del Indio y antes, en ese lugar, estaban los baños subterráneos que luego los taparon. O sea que San Telmo siempre estuvo presente en mí.
Pero San Telmo es la gente que lo habita y lo mejor de todo es cuando voy caminando por la calle y me cruzo con un montón de colegas o con el recuerdo de los que han vivido en él.
Le pregunto a quiénes le gustaría mencionar y Eduardo me dice que si nombra a algunos no sería justo con el resto, por lo que entre los dos recordamos a los que se fueron a su estrella como Luis Felipe Noé; Carlos Gorriarena; Enio Iommi; Josefina Robirosa; Horacio Cacciabúe; Carmen Pérez; Rómulo Macció, Ricardo Carpani; Narcisa Hirsch, para recordarle a los lectores que todos ellos y otros muchos, no solo dejaron su huella en la historia de la cultura argentina sino también fueron los valores intangibles que hicieron de nuestra pequeña aldea su refugio cotidiano.
Nos despedimos y me voy pensando que no es cierto que los días de lluvia son feos, porque cuando uno se encuentra con vecinos con los que da gusto conversar, como en este caso, el Sol siempre está.
Isabel Bláser

