Importantes negocios originados en el barrio
Cuando decimos que San Telmo tiene valores tangibles e intangibles, nos referimos a la historia de nuestra pequeña aldea que no solo marcó su desarrollo local, sino que su proyección se reflejó en la sociedad toda.
Por eso les contamos que, en la esquina de Cochabamba y Defensa, existía una casona achatada, de ventana enrejada con doble puerta maciza, independiente una de otra y separadas ambas por el clásico poste, que facilitaba el que giraran y se abrieran a cada una de las calles.
Esa casa de habitaciones de techos bajos y toscos pisos de ladrillos, albergó a uno de los primeros que se aventuró a abrir una panadería, en 1875, donde se fabricaban los famosos bizcochitos que llevaban su apellido: José Canale.
En ese lugar nació una idea que contribuyó a dotar, no solo al barrio San Telmo, sino a la República toda, de una empresa comercial de renombre: “Sociedad Anónima Industrial y Comercial Vda. De Canale e Hijos”.
José Canale estaba casado con Blanca Vaccaro, ambos genoveses, quienes tuvieron seis hijos: Juan, Julio, Amadeo, Magdalena, Humberto y Herminia. El ingeniero Humberto Canale ocupó cargos de responsabilidad en el gobierno de la Nación y tanto él como el resto de los hermanos sostuvieron la empresa y siguieron viviendo en el antiguo solar de sus padres, demostrando su total apego al lugar donde nacieron, crecieron y se desarrollaron.
Por otro lado, en una casa colonial existente en la esquina de Carlos Calvo y Defensa, Vicente Gandini abrió, en 1879, una botica, que por ser de las pocas que existían en el barrio pronto se impuso por las bondades de su fundador y la seriedad de sus actos comerciales.
Por esa época, ya iban perdiendo terreno las barberías, pues la Comisión de Higiene constituida a raíz de la fiebre amarilla, obligó a los “fígaros” (barberos de oficio) a enfocarse solo en sus menesteres prohibiéndoles ejercer otras funciones que no fueran las del aseo personal de sus clientes, dejando de lado lo que era atinente al médico o al boticario.
La primera receta despachada por el boticario Gandini lleva fecha del 28 de septiembre de 1879, cuando abrió la farmacia. Al poco tiempo el negocio fue adquirido por Pedro de Argárate, quien había llegado de España con el título idóneo en farmacia y dio un gran impulso al mismo, renovando totalmente el edificio y sus instalaciones. Su sobrino José A. de Argárate se graduó en la Universidad de Buenos Aires con el título de Químico farmacéutico en 1919 pasando a ocupar el puesto de director técnico de la farmacia ya conocida como “la botica San Telmo” y luego poniéndose al frente de ella en 1928.
La Farmacia Boeri estaba ubicada en la calle San Juan y Bolívar. Fue fundada por su propietario el Dr. Juan A. Boeri quien nació en Génova en 1849 y llegó al país a los 11 años. Siempre quiso ser médico y para eso tuvo que esforzarse; empezó trabajando de lavacopas en un restaurante, luego ayudó a un carbonero en el reparto y para estudiar se valía de velas de sebo que él mismo fabricaba.
Se casó con Magdalena Oneto oriunda de esta ciudad y siendo médico llegó a ser un gran profesor en la Facultad de Medicina por más de 40 años. También fue dos veces Vicepresidente del Concejo Deliberante de nuestra ciudad en las administraciones de los Dres. Guerrico y Anchorena. Murió en 1924.
Hay que tener en cuenta que en el año 1847 el comercio en nuestra ciudad pasaba por momentos de zozobra. Sin embargo, en 1842 en el barrio de Alto de San Pedro se radicó Carlos Nöel quien hacía solo cinco años que había llegado al país. Al principio realizó tareas rurales y finalmente decidió abrir un negocio, que en su muro externo ostentaba un cartel que decía “EL SOL” completando el texto con la leyenda “Fábrica de confites”, en la esquina de las calles Defensa y Europa (actualmente Carlos Calvo) donde empezaron a producir dulces de frutas. En ese entonces tenía poca competencia, solo la Confitería de los Suizos, que fue el primer comercio que vendió helados en la ciudad, ubicado en la calle Piedad (hoy Bartolomé Mitre), entre Florida y San Martín y una chocolatería situada en la calle Esmeralda.
Carlos Nöel llegó a estos lares con muchos proyectos y feliz al reconstruir su hogar con la llegada de España de su esposa Victoria Iraola con su hijo Benito de tres años, luego del cual nacieron Emilia, Eugenia y Victoria.
Con el tiempo sus productos se impusieron, por lo que se lanzaron al cultivo de frutales para abastecer su producción. Al principio los dulces se vendían en puestos ubicados en la Recova (frente a la Plaza de Mayo) y en los alrededores del Cabildo. Tuvieron mucho éxito por lo que ampliaron su oferta agregando la fabricación de caramelos, yemas y mazapanes.
Nöel en persona inspeccionaba el proceso de fabricación y la compra de los ingredientes básicos como, limón, miel y algarroba, que adquiría en la feria a orillas del Riachuelo o cerca de la iglesia de San Telmo.
Según registros históricos, cuentan que una de sus principales clientas fue Manuelita Rosas, la hija del gobernador Juan Manuel de Rosas, que contaba con las dulzuras de “El Sol” cada vez que organizaba una fiesta.
Pero el 24 de abril de 1865 falleció a los 58 años por una apoplejía. Desde ese momento quedó al frente del negocio su hijo Benito, quien vivía en lo alto de la propiedad con su esposa María Iribas. Bajo su dirección el establecimiento fue progresando. En 1870, la fábrica se amplió con la locación del inmueble vecino. Al año siguiente, adquirió junto con Andrés Arriarán, la isla “La Espera”, en San Fernando para el cultivo de frutas.
En cuanto Benito Nöel asumió la dirección de la fábrica realizó algunos cambios importantes, entre ellos el nombre de la firma que llevó el apellido de la familia. Poco tiempo después la empresa se convertiría en uno de los establecimientos más importantes de la industria.
En 1875, compró -en La Boca- un solar que destinó primero a corralón y después a asiento de la fábrica de dulces y chocolates, ubicado fuera de los cuarteles de la ciudad linderos con Barracas al Norte. Allí fue construyendo galpones y trasladando maquinarias para, años más tarde, convertirlo en el centro de su explotación industrial en el ramo de dulces y chocolates.
En 1887, formó sociedad con Teodoro Lasalle y Pedro Goyhenespé, bajo el rubro de “Benito Nöel y Cía.”. Recordemos que en esa época había en Buenos Aires 21 fábricas de caramelos y chocolates.
En 1890 llegó a tener hasta una flotilla de embarcaciones para transportar las frutas desde sus plantaciones en el Delta hasta su fábrica. En 1891, entró en sociedad total de bienes con Lasalle, que se disolvió al fallecer éste en 1896.
La prosperidad de la empresa y los adelantos técnicos hicieron que lograran una gran calidad en sus productos. Por eso comenzaron a presentarlos en diferentes exposiciones internacionales, ganando el concurso del francés François Lavigne y su primera medalla en 1882. También tuvieron distinciones en St. Louis, París y la Exposición Industrial del Centenario.
A partir de su fundación la empresa tuvo un éxito extraordinario, alcanzando la producción de 40 toneladas de dulce de membrillo, al día, en el año 1910.
Benito Nöel actuó en los círculos vascos de Buenos Aires y en los centros sociales porteños. Fue presidente del Centro Vasco Laurak-Bat (fundado el 13.3.1877 por un grupo de jóvenes siendo la entidad más antigua del mundo de la comunidad vasca en el exterior. Su nombre -que en idioma euskera significa “cuatro en uno”- alude a las cuatro regiones del País Vasco: Álava, Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra). Falleció en Buenos Aires el 13 de diciembre de 1916, algunos dijeron que de tristeza pues una semana antes había muerto su esposa. Cuando la carroza fúnebre llegó a la esquina de Callao y Quintana, los obreros de la fábrica decidieron llevar el féretro a pulso hasta el interior del Cementerio de la Recoleta.
A partir de ese momento uno de sus hijos, Carlos Nöel, dirigió la fábrica de chocolates. El establecimiento fabril, construido en 1926, estaba en Avda. Regimiento Patricios 1570 y fue obra del arquitecto Martín Nöel. Hasta que, en 1994, la fábrica y sus marcas fueron adquiridas por Arcor.
Estos y muchos otros que iremos mostrándoles a nuestros lectores, son un ejemplo de lo que siempre defendemos: el comercio que se posiciona y desarrolla transformándose en una referencia, tanto en nuestra pequeña comunidad como en la sociedad en general.
Isabel Bláser