Rolando y su puesto de flores

CUENTO

¿¡Hay algo más indefenso en este mundo que las flores!?

Hago esta pregunta porque justamente tengo un puesto de ellas en una esquina del coqueto y ricachón barrio de Belgrano.

Lo heredé de mi padre, quien lo abrió hace 30 años, poniendo en él toda su sapiencia con respecto a la botánica y su manifestación más atrayente: Las flores.

Esos botones que se desarrollan en las plantas dando todo su colorido, belleza, aroma. Adornando jardines, plazas, bosques.

Al principio me costó aceptar este legado, por dos grandes temas. Lo primero me recordaba en forma dolorosa a mi padre, al que siempre admiré y amé como solo lo hacemos las hijas. Lo segundo, no estaba de acuerdo con los puestos de flores, parece una paradoja, pero era el punto de discusión con Rolando (así se llamaba mi papá y así le decía yo cuando pasé los 20).

Mi pregunta siempre era la misma:

– ¿Por qué no un vivero?

–  Porque es muy costoso (era su eterna respuesta).

Aceptaba sus decisiones. No podía juzgarlo. Pero era una piedra en el zapato. Debo aceptarlo y ser lo más auténtica en eso de la relación con mi padre, teníamos nuestras diferencias.

Después de casi un mes que el puesto permaneció cerrado, llegue hasta allí. Lo abrí y puse en una bolsa todas las flores marchitas. Seguidamente lo limpié y ordené. Descubrí entre las cosas que ocupaban el lugar una caja de madera. La abrí como si fuera la de Pandora. Tenía una libreta, un bolígrafo, tarjetas en blanco, moños de colores y una agenda. Tomé esta última y volví a cerrar el puesto. 

En el camino al bar más cercano me encontré con clientes de Rolando. Recibí infinidad de pésames, elogios, preguntas sobre el destino del puesto, comentarios como:

-Ah, Don Rolando si sabía interpretarme, no solo me vendía flores, sino que me escuchaba y aconsejaba sabiamente

– Tu padre eligió las flores para mi casamiento y adornó personalmente la iglesia donde me casé.

– Él fue el que me aconsejo qué regalarle a la que hoy es mi novia. Para una mujercita tan dulce nada mejor que violetas, me aclaró…mientras las envolvía con tanta delicadeza.

Esos eran algunos de los cometarios de las personas que iban al puesto a comprar.

Bueno las lágrimas hicieron lo suyo con mi maquillaje. Me senté y pedí un café con un compungido sollozo que llamó la atención del mozo preguntándome si había algo en lo que pudiera ayudarme.

Más calmada, abrí la agenda. Ahí estaba la letra de Rolando.

En párrafos cortos había anotado nombres, fechas, gustos, pedidos especiales.

Pasé la tarde en el café leyendo.

Tenía que tomar una decisión y ella vino de un señor que tomó asiento enfrente de mí.

Abrió el dialogo diciéndome:

– ¿Usted es la hija de Rolando?

– Sí. Sí soy su hija, mi nombre es Alejandra.

– Un gusto, el mío es Aníbal.

– Bueno tu padre, permíteme tutearte eres muy joven, traía las rosas más hermosas una vez cada 30 días. Yo iba a buscar el ramo que armaba. Porque cada mes que pasaba celebrábamos con mi mujer, su lucha contra la enfermedad que padecía. Bueno, hoy ella descansa en paz.

Y se sumió en un silencio lleno de palabras.

Después de un buen rato dijo:

Hoy acostumbro a llevar las rosas a mi casa y las pongo junto a un retrato de Sofía, así se llamaba mi amor.

Su Amor, pensé. Existe ese sentimiento en un hombre. Aníbal lo tiene. La vida estaba poniendo ejemplos de sentimientos, yo que he sufrido tantos desencantos, me estaba codeando con la sal de la vida… El Amor.

Y sin pensarlo dos veces, le dije: Aníbal tendrás tus rosas cada mes.

Bueno si llegaron hasta acá y no se aburrieron en el intento, debo confesarles que Aníbal y yo hemos formado pareja. Soy la encargada de poner las rosas junto al retrato de Sofía.

Ya llevo 6 meses de embarazo y hemos pensado en nombres (no queremos recurrir a saber de antemano el sexo del bebe), así que elegimos: Rolando si es varón y Sofía si es nena.

Colorín colorado este cuento hasta aquí ha llegado, lo demás corre por cuenta de      ustedes.

Ombretta Lotti

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