Rompe paga
El abuelo bajó las jaulas de sus canarios y las llevó protestando bajito al comedor diario. A pesar del cuidado que puso, algo de alpiste y agua cayeron en el patio. También un poco de zanahoria mezclada con huevo que les da para que se vuelvan anaranjados.
Se trataba de una celebración especial. Tan especial que por un rato se levantaba la prohibición de jugar a la pelota en el patio, lugar de los tres sillones, los canarios del abuelo y las macetas de la abuela.
¡Papá nos había comprado una pelota grande de goma y la íbamos a estrenar!
Con la flamante pelota de rayitas rojas y blancas en la mano, papá aclaró que como éramos cinco íbamos a jugar al “mete-gol-entra”. El arco iba a ser la puerta de casa que era de metal y aunque tenía una hilera de vidrios de colores estaban muy altos. Rodolfo se ofreció para ir primero al arco.
Papá dijo serio “si rompen una maceta, van todos adentro. Yo voy a hacer de referí”.
Mario es el más grande. Juega bien, traba con todo el cuerpo y es el único que le discute a papá. Pasó a mi lado y me dijo: “Acordate que los fauls son solo arriba de la cintura, así que a no llorar”.
Papá insistió una vez más: “Ojo con las macetas”. Mario me susurró: “Ahora dice rompe paga”.
Y la pelota voló para arriba, y fue buscada y pateada con pasión. Casi no se la veía entre tantas piernas revoleadas. Rodolfo se movía en el arco tratando de ver quién le iba a patear primero.
Los rebotes contra la pared le daban más fuerza a la pelota. Una o dos veces la maceta grande, la de los helechos, se bamboleó, pero solo fue un susto, que detuvo apenas un momento el ardor.
Mario tenía casi siempre la pelota. La movía bien, parecía que la disfrutaba, pero no le era fácil moverse entre tantos cuerpos entreverados. Luisito se encontró con un rebote y corrió solo hacia el arco. Sus ojos brillaban. Rodolfo se agachó preparándose para el remate. Mario venía atrás. La zapatilla apenas lo rozó, pero alcanzó para que Luisito volara un par de metros y terminara en el suelo agarrándose la rodilla. Papá cobró faul. “Otro así y vas adentro” y lo mandó a Mario a que ayudara a Luisito a levantarse. Yo alcancé a escuchar el bajito “levantate, maricón”.
Luis apenas corrió para patear el tiro libre y no sé si por miedo a Mario o porque le dolía la rodilla lo hizo sin fuerza a las manos de Rodolfo, que se tiró e hizo teatro revolcándose, como si fuera un tiro al ángulo.
La pelota volvió al medio. Mario la bajó con el pecho, hizo jueguito, gambeteó a dos, levantó la vista y metió un taponazo que metió pelota y arquero adentro. Mientras Rodolfo, medio perdido, buscaba la pelota, Mario no paraba de gritar su gol, haciendo el avioncito alrededor de nosotros.
Papá paró el partido. “Voy a jugar un rato” dijo mirándolo a Mario, que agachó la cabeza e hizo que no oía. Los demás nos pusimos contentos. Papá no iba a empujar ni nos iba a dejar pagando.
La lucha se emparejó. Y aunque parecía un partido entre ellos dos, papá tenía más la pelota y cuando estaba cerca del arco nos la pasaba. Hasta Eduardito probó… Desviado.
Mario era más rápido, pero papá más grande. De a poco comenzaron a sacarse chispas de pierna fuerte. Hubo un par de encontronazos. Ninguno dijo nada. Nosotros nos corrimos un poco para atrás. Mirábamos más que otra cosa. Ya no jugaban al mete-gol-entra. Peleaban lejos del arco a ver quién dejaba al otro pagando.
En una de esas, papá dominó una pelota con la zurda, hizo una finta, miró el arco y se tentó. A la carrera y queriendo lucirse se inclinó de costado y pateó con la derecha mientras se caía. Salió un balinazo para arriba.
El ruido fue fuerte y vino acompañado de pedazos de vidrio roto. Por donde estaba el hermoso vidrio azul ahora entraba luz. La pelota había rebotado y estaba sola en un rincón.
Papá se levantó todo rojo. Buscó rengueando la pelota, se la puso bajo el brazo y con voz de enojo bravo nos gritó: “Se van todos adentro, carajo”.
Mario, cuando re asustados entrábamos al comedor diario, haciéndose el tonto me susurró: “Che ¿Qué maceta se rompió?”.
José María Fernández Alara