BOLARDOS PORTEÑOS DE AYER Y DE HOY

Una de las piezas del mobiliario urbano que más maldiciones debe recibir por día es, sin lugar a duda, el bolardo. Transeúntes y vehículos tropiezan con ellos al menor descuido sufriendo, a veces, importantes daños y, sin embargo, ahí están firmes en el suelo, sin que los pobres ciudadanos tengan esperanza alguna de que desaparezcan.

Lo que pocos imaginan es que los bolardos, que según el diccionario son un “Obstáculo de hierro, piedra u otra materia, colocado en el suelo de una vía pública y destinado principalmente a impedir el paso o aparcamiento de vehículos”, eran obligatorios en tiempos coloniales y fueron sumamente comunes en las calles porteñas hasta mediados del siglo XIX, cuando “el progreso” los fue dejando de lado.

Los bandos virreinales

La preocupación por el estado de las aceras y calzadas, en una ciudad en la que la piedra era un objeto caro y el ladrillo poco resistente, aparece claramente reflejada en los numerosos bandos que, desde el siglo XVII en adelante, se ocupan del tema y fijan normas y penalidades. La frecuencia conque dichos bandos aparecen, es también reflejo de que su cumplimiento dejaba bastante que desear.

Pueden destacarse al respecto tres ejemplos notables por su extensión y detalle. Uno es el bando del Gobernador y Teniente General de las Provincias del Río de la Plata y Ciudad de Buenos Aires, don Pedro de Cevallos, que ocupó ese cargo entre 1757 y 1766 y sería luego el primer Virrey del Río de la Plata al crearse esta circunscripción administrativa.

Otro es un documento anónimo, pero que habría sido encargado por Juan José de Vértiz y Salcedo en su gestión como Virrey entre 1778 y 1784, que proporciona una muy detallada descripción de las obras que deben encararse para mejorar aceras y calzadas. En este documento se señalan también las acciones y obras destinadas a mejorar la seguridad en las fronteras y se describe la necesidad de que la ciudad cuente con un muelle, incluyéndose el presupuesto de su construcción, lo que pone de manifiesto la importancia que el tema de las calles tenía para el Virrey.

El tercero es un bando de Miguel Gabriel de Avilés y del Fierro, virrey en el período 1799-1801, en el que vuelve a insistirse en que los vecinos deben acondicionar aceras y calzada y colocar los postes en los frentes de sus casas.

(b) Bando de Avilés.
(a) Bando de Cevallos.

Bando de Cevallos (a) en el que se señala que los vecinos deben construir sus veredas con ladrillo o piedra, “filando derechos algunos postes para embarazar que pasen por ella a caballo”. El bando de Avilés (b) establece que “repongan los postes que les correspondan costear en los frentes de ellas (sus casas) con la debida solidez y curiosidades”. Documentos originales conservados en el Archivo General de la Nación.

Los bolardos del siglo XIX

Con respecto a los bolardos coloniales, de su localización y aspecto no han quedado -al parecer- documentos gráficos, aunque es dable suponer que fueran muy semejantes a los del siglo XIX que, por el contrario, aparecen en muchos de los trabajos de los dibujantes y litógrafos de la época, comenzando por E. Essex Vidal en el período 1816-1818 y siguiendo con nombres como C. H. Bacle, A. Onslow, A. Isola, C. E. Pellegrini. En sus obras pueden verse los postes en los frentes y esquinas de todo el radio antiguo de la ciudad.

Pero no solo en el centro eran de presencia obligada: Pellegrini los muestra en una imagen de la Iglesia de la Piedad, no tan céntrica en los tiempos en que se realiza la pintura (1838) y, aún más lejos, en la obra de C. Morel “La calle Larga de Barracas”, del año 1858, también se los representa, a ambos lados de la calle y extendiéndose en dirección al Riachuelo.

(a)
(b)

  

La esquina de Alsina y Balcarce en 1841, según la obra de C. H. Pellegrini (a) y en la actualidad (b), en una fotografía del autor. Nótense en la primera los bolardos de madera, altos y delgados, con el remate trabajado y los bolardos actuales, de hierro y dudosa estética en la segunda.

No más bolardos ¡árboles!

La aparición del arbolado urbano y la plantación de árboles sobre el borde exterior de la acera reemplazó muchas veces a los viejos bolardos y generó un cambio sustancial en el aspecto y el confort de la ciudad. En la fotografía de la calle Montes de Oca, tomada casi desde el mismo sitio en que se ubicó Morel, pueden verse los recién plantados retoños alineándose como los bolardos de tiempos anteriores. Con los años, esas delgadas estacas se convertirían en los gigantescos árboles que, en muchas calles de la ciudad, crean cúpulas verdes que dan sombra y frescor en los calurosos veranos porteños.

a) La obra de Carlos Morel muestra la entonces denominada “Calle Larga de Barracas” en 1858, aproximadamente en su cruce con la Av. Martín García. La capilla visible en la vereda izquierda es la predecesora de la iglesia de Santa Lucía. b) Fragmento de una fotografía tomada unos 40 años después casi desde el mismo lugar, poco tiempo después de plantarse los retoños. La capilla se ha transformado en la iglesia que se conserva hasta la actualidad. Sobre el extremo derecho de ambas puede verse la vieja barranca, hoy en día desaparecida. Ambas imágenes gentileza de BUENOS AIRES .HISTORIA.

Los bolardos de hoy

 Ni gráciles postes de madera ni retoños que mañana darán flores y sombra, los bolardos actuales de hierro, poco estéticos, de localización, colores y dimensiones inadecuadas (tal como lo demuestran los múltiples accidentes que provocan) han sido impuestos para modernizar el área antigua de la ciudad, en una flagrante contradicción con lo que significa “preservar el patrimonio”. Los virreyes Cevallos y Avilés, como señalamos, asumían que los bolardos impedían que caballos y carros se subieran a las veredas. En estos tiempos de hoy, los bolardos en cuestión ni siquiera impiden que los conductores de bicicletas y motos circulen por donde mejor les parezca, según su prisa…

                                                                                          José Sellés-Martínez

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